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Si introduces un espejo o incluso tu propio teléfono móvil dentro de tu guitarra, verás que la tapa está llena de una serie de barras de madera encoladas aquí y allá. Eso es el varetaje. Su función es tanto estructural como acústica y resulta clave a la hora de definir el sonido del instrumento. En este artículo intentaré pues explicar qué es el varetaje y por qué es interesante que conozcas su importancia a la hora de encargar tu guitarra artesana.
El origen del varetaje como solución a un problema
No pretendo ser excesivamente riguroso con la cuestión histórica, pero si observas cuadros del siglo XIX y anteriores, verás que las guitarras que aparecen son bastante más pequeñas de como son hoy en día. En este cuadro de Megía Márquez se representa lo que hoy conocemos como guitarra romántica, aunque por aquel entonces, este tipo de guitarras eran denominadas sencillamente guitarras.
Resulta que por aquellos tiempos, y gracias al trabajo de compositores como Fernando Sor o el mismo Tárrega, la guitarra empieza a ser considerada como un instrumento solista. Cosa hasta cierto punto inédita hasta la fecha, en que la guitarra había sido siempre la discreta acompañante para el canto, sobre todo en ambientes populares. Pero las cosas empiezan a cambiar, y gracias a los círculos de influencia parisinos, en torno a mediados del XIX proliferan las obras escritas para guitarra sola, convirtiéndola en un instrumento que merecía protagonismo por sí misma.
Gracias a este hecho, comienzan a organizarse conciertos para guitarra en salas de un tamaño cada vez mayor. Si la guitarra de por sí es un instrumento con poca potencia sonora, el problema estaba servido. De modo que esos conciertos para guitarra en salas cada vez más grandes, hacían necesario inventar un instrumento que pudiera escucharse bien desde las últimas filas de los auditorios.
La solución del problema
Así es cómo se produce un hermoso «tira y afloja» creativo entre guitarristas y luthieres, con el fin de salir al paso de la poca potencia natural del instrumento. Y aquí es donde el genio de Antonio de Torres y de los guitarreros de su generación fueron claves para definir el instrumento como lo conocemos hoy en día.
La solución parecía pues aumentar el tamaño de la caja de resonancia, manteniendo al mismo tiempo una tapa armónica lo suficientemente delgada para no perder expresividad. ¿El problema? Que aumentar el tamaño de la caja de resonancia podía conducir perfectamente al colapso de la tapa, debido a la tensión de las cuerdas en una superficie vibrante considerablemente más grande.
Al mismo tiempo, la tapa armónica, conectada al puente, es la parte más activa acústicamente de cualquier instrumento de cuerda. Por eso se eligen para esta parte maderas blandas como el abeto o el cedro, cuya capacidad de respuesta es más completa a todas las frecuencias que es capaz de producir una guitarra. Así, aumentar el tamaño de la caja de resonancia podía hacer caer en la tentación de dejar una tapa más gruesa, precisamente para evitar su colapso. Pero esa solución era un disparo en la línea de flotación del «motor» acústico de la guitarra, es decir, de la tapa armónica.
Así es como surge la idea de mantener una tapa muy fina, pero incorporarle una serie de pequeñas barras a modo de refuerzos, que lleven al instrumento a un punto de equilibrio. Lo cierto es que la instalación de varetas no es original de Antonio de Torres, y encontramos ejemplos de guitarras que añaden esta idea constructiva en guitarreros anteriores a Torres, como el caso de los hermanos Pagés, o incluso en guitarras de Lacotte o Louis Panormo. Lo que sí debemos a Torres y su generación es haber conseguir ese punto de equilibrio con una guitarra de un tamaño considerablemente más grande.
La intuición de Torres fue pues disponer 7 varetas simétricas formando un abanico en el lóbulo mayor de la guitarra y otras dos más cortas, cruzadas, en el extremo inferior del instrumento. Así es como se obtiene un instrumento estable, potente y expresivo al mismo tiempo.
Aquellas guitarras de Torres supusieron un antes y un después. No sonaban igual. Además de ser capaces de llegar a más volumen de sonido, aquellos instrumentos tenían unos graves más profundos, nuevos matices en los agudos: en fin, era la modernidad en estado puro. Imagino las discusiones interminables entre los haters y los fans de aquel nuevo «armatoste». Algo similar quizá a lo que sucede hoy día con las guitarras de doble tapa, cuya historia no se distancia mucho de la que hoy nos ocupa. Se comprueba, una vez más, que cierta obsesión por el volumen es un mal endémico de los guitarristas clásicos.
Como testimonio de que esta teoría es cierta, os contaré un suceso reciente de mi taller. Hace unos días me llegó al taller una guitarra para reparar. El cliente quería bajar la altura de las cuerdas, ajustando los huesos del puente y la cejuela. El chico me hizo notar además que en la tapa había una curiosa deformación. Como muestro en la imagen, la tapa estaba literalmente hundida por delante del puente. Al introducir un espejo para examinar el interior, no pude evitar sonreírme: ¡el varetaje de la guitarra era ridículamente pequeño! Tan pequeño, que la tensión de las cuerdas había podido con la tapa armónica.
El varetaje como manera de «esculpir» el sonido
Volviendo a la historia de cómo surge el varetaje, parece que el «invento» de Torres no se quedaba en una mera cuestión estructural. El propio Torres fue capaz de intuir que el modo en que se disponían las varetas dentro de la tapa armónica daba una nueva oportunidad al luthier para «moldear» el sonido de la guitarra, forzando a la tapa a crear nodos vibratorios que podían perfectamente alterar el carácter acústico del instrumento.
De este modo, hoy en día parece algo aceptado que añadir rigidez refuerza los agudos, mientras que quitarla aporta graves. Además de un calibrado de la propia tapa según esta lógica, la colocación, grosor y forma de las varetas es crucial en el diseño del carácter acústico del instrumento.
Así pues, desde Torres se ha implantado mayormente esta lógica entre los luthieres, que potencialmente somos capaces de adaptarnos a las necesidades que tenga el instrumentista. Digo potencialmente porque el trabajo de guitarrero siempre tiene un componente de prueba-error, que otorga experiencia y capacidad de intuir el camino correcto para conseguir el sonido que el músico desea.
Hay decenas, cientos de diseños de varetaje distintos. Diríamos que cada luthier tiene el suyo propio. Algunos esquemas se han hecho muy populares, como el del propio Torres, que no en vano está presente en la mayoría de guitarras de fabricación industrial. Otros constructores relevantes como Friederich, Bouchet o Romanillos han implantado sus variaciones, que en el fondo son casi siempre partiendo del famoso abanico de Torres.